En resumen, el conductismo filosófico puede describirse como la postura de que el estudio del comportamiento debe abordarse de la misma manera que la química o la física. Es decir, el rechazo de las ideas de “estados internos” de lo observado a favor de un enfoque más sistemático y observable.
Las disposiciones en el contexto del conductismo tradicional (lo que me gusta denominar como la era del boom “pre-neurocientífico”) probablemente se considerarían como algún tipo de disfunción en el entorno inmediato del individuo. Este razonamiento ciertamente débil fue en realidad una de las razones más importantes para la caída posterior del conductismo durante esa era.
En un contexto más moderno, también conocido como “neoconductismo”, esto se podría razonar más eficazmente con la hipótesis de que esta disposición arbitraria probablemente se habría debido a la genética. La razón de este cambio aparentemente radical en el pensamiento es porque el neoconductismo reconoce que la genética es observable y, por lo tanto, debe tratarse como una explicación válida para este tipo de cosas. Es decir, el neoconductismo es una versión mucho más flexible de su predecesor skinneriano tradicional.
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