No, pero no porque no sea una buena idea tanto como es poco práctico. En primer lugar, vale la pena señalar que “si los triángulos tuvieran un Dios, él tendría tres lados” (Montesquieu). Lo mismo ocurre con el Presidente de triángulos (o ingenieros, economistas o propietarios de pequeñas empresas). Naturalmente, todos piensan que su especialidad es la mejor. El problema es que el gobierno federal es tan masivo y extenso que toca casi todos los temas concebibles. En tal situación, estar especializado (por ejemplo, como economista) en realidad daña más que ayuda porque hace que uno se centre en los aspectos económicos de los problemas multifacéticos en los que los problemas económicos pueden o no estar en alza. Y, incluso cuando un problema está principalmente dentro de su especialidad, su complejidad puede sobrepasar su capacidad (presencia incluso la incapacidad de los economistas más talentosos para predecir o revertir la desaceleración económica actual).
El gran beneficio de un fondo de filosofía en este contexto es que (a menudo) le otorga humildad y fomenta un compromiso profundo del problema en cuestión. La humildad proviene de la comprensión de lo poco que se ha progresado a lo largo de los milenios respondiendo a las preguntas a las que se dirige la filosofía (Entonces, ¿hay un Dios? ¿Cuál es la mejor manera de vivir? ¿Soy un cerebro en una cuba?). Comprometerse con los problemas proviene de intentar abordar temas complicados dentro del lenguaje de limitaciones naturales (consulte el Tractatus Logico Philosophicus de Wittgenstein). Estos dos rasgos generan un escepticismo deseable que es totalmente contrario tanto a las personas como a las partes que afirman ser siempre correctas; no es poco beneficioso en un ambiente altamente partidista como el de hoy en DC.
Desafortunadamente, los grados de filosofía han sido subvaluados por el mundo en general en los últimos tiempos, por lo que requerirlos para cualquier cargo, y mucho menos la Presidencia, no sería práctico. Afortunadamente, muchos presidentes y otros políticos son abogados y un fondo popular para la ley es la filosofía. Cómo la formación jurídica deforma un trasfondo filosófico, lo dejo para su consideración.
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