Estoy de acuerdo con el otro póster de que imputar la “fascinación por la deconstrucción” está exagerando el caso. Algunos académicos están absortos por la Deconstrucción y el marco postestructuralista más amplio en lo que respecta a las obras de arte; otros no lo son. Lo creas o no, todavía hay algunos estudiosos a la antigua que creen en cosas como el valor universal de la literatura y las artes.
Sin embargo, de aquellos que están interesados en la Deconstrucción, yo iría más allá que el otro cartel al suponer razones para su “fascinación”. Tal vez la fascinación sea un término problemático. No creo que sea tan importante como el reconocimiento de la utilidad de la Deconstrucción como una herramienta para desmantelar los supuestos culturales sobre la autoridad incuestionable de Occidente y sobre los fundamentos del conocimiento en sí. Si puede demostrar que tales suposiciones se pueden reducir a casos simples de atribución de características positivas a, por ejemplo, la cultura anglo-burguesa, patriarcal y anglosajona que no soporta un escrutinio estricto, entonces, en efecto, tiene fundamentos “deconstruidos” para las creencias que tendemos a etiquetar como “sentido común” o, si quieres ser filosófico, “verdades evidentes”.
¿Y por qué alguien querría hacer eso? Por supuesto, hay casos en que prevalecen los prejuicios pro-occidentales que deberían ser reconocidos. No debemos aceptar ciegamente que nuestra forma de vida y nuestros valores son la única manera. Pero también hay un ala radical en la academia que considera a Occidente responsable de todo lo que está mal en el mundo, que lo acusa de silenciar las voces de disentir a los “Otros” y favorecer a una clase privilegiada. El arte y la literatura encarnan, reflejan y perpetúan esto; no lo trascienden, como podrían argumentar los estudiosos pasados de moda. Muchos de estos académicos sienten que es su obligación moral exponer esta desigualdad, mostrar cómo la superioridad cultural está incrustada en algunos textos y, se supone, cambiar la forma en que los jóvenes de hoy piensan sobre el mundo en el que vivimos. Son reformadores sociales que (¿quizás ingenuos?) Piensan que al estudiar a Derrida y otros de su clase, todos nos daremos cuenta de las ilusiones que nos han alimentado y crearemos las bases para un mundo más nuevo, más justo e inclusivo. Si hay alguna validez en esta noción y si este argumento se basa en suposiciones de la programación social y las faldas o los rechazos descarados, el esencialismo aún está por verse. Pero no apostaría por ello.
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